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sábado, 4 de agosto de 2012

Loeb volvió a repetir la proeza de Sainz

Tradicionalmente, en esos años en los que el Mundial era apenas un espejismo de lo que es ahora, cuando los rallyes suponían una cuestión nacional, no sólo porque pudieran paralizar un país entero durante una semana, sino también por las expectativas, las oportunidades de lucirse, de mostrarse internacionalmente, que concedían a los participantes locales que se preparaban para la prueba de casa a conciencia, era habitual que cada escuela de pilotos se especializara en una determinada materia. Como los ciclistas que vuelan como si les diesen alas cuando la carretera se empina hacia las nubes, y después, cuando toca alcanzar el límite del dolor y el sufrimiento en una contrarreloj, se hunden, o viceversa, de esa misma forma había pilotos especialmente virtuosos para ganar el Montecarlo, el Rallye de Suecia, el Tour de Corse, el Mil Lagos... Tan es así que las marcas solían fichar a esos especialistas, anfitriones, en su mayoría, en función de las características y del país que acogiese cada prueba.

Esa realidad, que se mantuvo imperturbable hasta la llegada de pilotos capaces de rodar rápido en todo tipo de tramos, como Auriol o Sainz, alcanzaba su máximo exponente en el mítico Mil Lagos. En los peculiares caminos de densa gravilla trazados en medio de frondosos bosques plagados de lagos que se levantan por aquellas latitudes, era tradicional, casi canónico, que la lucha por la victoria fuese un asunto reservado que aludía exclusivamente a los pilotos nórdicos, aquellos corpulentos escandinavos que aprendían a trazar una curva a fondo bamboleando el coche antes del vértice, o a volar metros y metros en un rasante flanqueado por gruesos abetos desde que aprendían a conducir de críos.

Eso fue así años tras año hasta que, en 1990, un prometedor piloto español que dio muestras de su talento desde su debut en el Mundial, en plena rebeldía juvenil, decidió contradecir, entre otros, el tópico que hasta entonces nadie había logrado violar. Para ello trabajó junto a su copiloto con todo su empeño, entregándose a conciencia para intentar batir a los finlandeses en sus dominios. Y, tras cuatro intensas jornadas enfrentándose con un pie lesionado a Vatanen sobre un itinerario agotador de 42 especiales -una crueldad, pensarán algunos de los que corren hoy en día-, logró colmar sus aspiraciones. El autor de esa gesta fue, por supuesto, Carlos Sainz.

Después, Auriol se sumó a la revuelta y le siguió los pasos al español en 1992. Pero, tras la victoria de francés, el Rallye de Finlandia volvió a convertirse en un monólogo de nórdicos. Hasta que, en 2009, después de haberse vaciado por batir en balde a Hirvonen, y, sobre todo, a Grönholm, en su propio país, llegó Sébastien Loeb para completar esa tríade junto a su compatriota 'Dudu' y al madrileño que tuvo como excelso consejero durante los años de su eclosión.

En 2010, Latvala rescató la máscara de héroe para volver a poner las cosas en su sitio a la manera finlandesa. Pero, el pasado año, ni él ni Hirvonen pudieron impedir que 'Seb' contradijese de nuevo la tradición. Y, este año, otra vez...

Aunque los días previos declaró que no pensaba ni por lo más remoto cometer demasiados riesgos en un rallye que no es del todo de su agrado, en cuanto las agujas del reloj comenzaron a girar se hizo evidente que las palabras del francés fueron, únicamente, una cortina de humo. 'Seb' corrió todo lo que pudo desde el primer kilómetro, no sabe hacerlo de otra manera; terminó la primera porción del recorrido en cabeza de la general, y, a partir del día siguiente, con los Ford de Latvala y Solberg perdiendo la rueda con los Citroën, tuvo que seguir exigiéndose lo mejor de sí mismo para mantener a raya a su compañero Hirvonen, que no estaba dispuesto a dejar que su gran rival, reconvertido ahora en jefe de filas, le pasara por encima delante de sus paisanos.

El finlandés se mostró especialmente correoso en los tramos de casa, su desventaja con Loeb no superó nunca la decena de segundos, y él nunca se dio por vencido, atacando y atacando una y otra vez, arriesgando al límite en cada tobogán del célebre Ouninpohja, un carrusel de 33 km que encierra en sí mismo todos los ingredientes que hacen del Mil Lagos un rallye único. Pues bien, Mikko fue el más rápido en ese tramo de libro Guiness que pone en valor a los mejores. Pero a veces la diferencia entre los que son muy buenos y los que han sido tocados por una mano divina, y si no que se lo pregunten a los deportistas olímpicos, se resume en escasos segundos, sino en décimas.

Por tan solo 6"1, Loeb se consagró por tercera vez en los bosques de Jyväskylä, imponiendo su nombre una vez más por delante de Hirvonen, el eterno segundón del francés, quien se tuvo que conformar con los tres puntos adicionales del tramo especial y la palmada en la espalda de sus jefes al haber completado el quinto doblete del año para la marca. Gratificante, desde luego, pero no tanto como saborear la gloria delante de tu gente.

'Seb' se cruzó en el camino de Mikko una vez más, en la que tal vez sea la última aparición del francés en los caminos finlandeses -quizá ya esté empachado de éxitos y parabienes; dentro de poco, él mismo nos sacará de dudas-, reafirmándose como el piloto no nórdico más laureado con tres victorias en este Neste Oil Rallye de Finlandia que, sin pretender desmerecer al francés, poco tiene que ver con aquel Mil Lagos que vio erigirse en héroe hace más de veinte años a un piloto español al que apodaban El Matador.

Clasificación Final Rally Finlandia 2012:

1º- Sébastien Loeb (Citroën DS3 WRC)
2º- Mikko Hirvonen (Citroën DS3 WRC) +6"1
3º- Jari-Matti Latvala (Ford Fiesta RS WRC) +35"0
4º- Petter Solberg (Ford Fiesta RS WRC) +56"1
5º- Mads Østberg (Ford Fiesta RS WRC) +2´32"1
6º- Ott Tänak (Ford Fiesta RS WRC) +2´47"6
7º- Matti Rantanen (Ford Fiesta RS WRC) +4´51"7
8º- Jari Ketomaa (Ford Fiesta RS WRC) +6´01"9
9º- Martin Prokop (Ford Fiesta RS WRC) +6´04"3
10º- Sébastien Ogier (Škoda Fabia S2000) +8´46"0

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