Quizás no hubiera sido necesario pasarse más de un día de avión para
viajar hasta Auckland. Tal vez no hubiese hecho falta cruzarse el Mundo.
Probablemente hubiese bastado con desplazarse a algún lugar de Europa
para asistir a un resultado semejante al que se registró en los tramos
kiwis. Más de lo mismo. Lo único, nos hubiésemos perdido los bellísimos
paisajes de Nueva Zelanda, la vegetación de sus bosques, el azul
esmeralda del Mar de Tasmania... Pero, cuando las partidas de ajedrez
acaban casi siempre igual, poco importa el meterial del que esté
fabricado el tablero sobre el que se juegue.
En Oceanía, en la otra punta del globo, la función que se representó, aunque a distinta fase horaria, fue la misma que se ha venido poniendo en escena estos últimos meses. Quinta victoria del año para Sébastien Loeb, órdenes de equipo apuntando a Mikko Hirvonen, tercer triplete consecutivo de Citroën... Monólogo francés, pues. Un párrafo más escrito sobre las hojas de un anuario, que, a este paso, no va a alcanzar todavía el medio centenar de páginas cuando haya que proclamar ya, quién sabe si antes del otoño, Campeón a 'Seb'.
Y es que al francés se lo están dejando, más que nunca, a huevo. Latvala volvió a salirse del camino -al menos aquí terminó séptimo y ganó la Power Stage, males menores-, Solberg se equivocó estrepitosamente con los neumáticos y dijo hasta luego a los Citroën, el MINI vitaminado de Sordo, pese a los dos scratch que marcó el último día, volvió a sufrir problemas de juventud como en Portugal...
Con ese panorama, Loeb y Hirvonen, sin turbulencias ni alteraciones, se dedicaron a navegar por los tramos, a jugar al gato y al ratón, como cuando los dos querían ser campeones, pero ya de otra manera, para no sumirse demasiado en el aburrimiento a la hora del café. Y, con el piloto automático encendido, la meta, por fin. A descorchar una botella más de champán, recibir la palmadita en la espalda de los jefes por el trabajo bien hecho, explicarse ante la Prensa, rehacer la maleta, volver a cruzar el Mundo, regresar a casa, con los tuyos, y, enseguida, abrir de nuevo el pasaporte, esperando impacientes, como todos, salir de vacaciones. Después, con los calores de agosto, Finlandia. Hasta entonces, summertime...
En Oceanía, en la otra punta del globo, la función que se representó, aunque a distinta fase horaria, fue la misma que se ha venido poniendo en escena estos últimos meses. Quinta victoria del año para Sébastien Loeb, órdenes de equipo apuntando a Mikko Hirvonen, tercer triplete consecutivo de Citroën... Monólogo francés, pues. Un párrafo más escrito sobre las hojas de un anuario, que, a este paso, no va a alcanzar todavía el medio centenar de páginas cuando haya que proclamar ya, quién sabe si antes del otoño, Campeón a 'Seb'.
Y es que al francés se lo están dejando, más que nunca, a huevo. Latvala volvió a salirse del camino -al menos aquí terminó séptimo y ganó la Power Stage, males menores-, Solberg se equivocó estrepitosamente con los neumáticos y dijo hasta luego a los Citroën, el MINI vitaminado de Sordo, pese a los dos scratch que marcó el último día, volvió a sufrir problemas de juventud como en Portugal...
Con ese panorama, Loeb y Hirvonen, sin turbulencias ni alteraciones, se dedicaron a navegar por los tramos, a jugar al gato y al ratón, como cuando los dos querían ser campeones, pero ya de otra manera, para no sumirse demasiado en el aburrimiento a la hora del café. Y, con el piloto automático encendido, la meta, por fin. A descorchar una botella más de champán, recibir la palmadita en la espalda de los jefes por el trabajo bien hecho, explicarse ante la Prensa, rehacer la maleta, volver a cruzar el Mundo, regresar a casa, con los tuyos, y, enseguida, abrir de nuevo el pasaporte, esperando impacientes, como todos, salir de vacaciones. Después, con los calores de agosto, Finlandia. Hasta entonces, summertime...
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